martes, 28 de junio de 2011

MARZO ESCRITO EN OCTUBRE

Mi nombre es Verónica y nací en Marzo.
Marzo me aleja del recuerdo áspero y agradable,
de la arena mojada en la planta de los pies.
Marzo me aleja de ese mar que amo.
Marzo le roba a mi piel el color del sol.
Marzo tiene la potestad de quitarme el verde
que tanto me tranquiliza.
Mi nombre es Verónica y nací en Marzo,
como regalo de cumpleaños, recibí Octubre.
Octubre me trajo los brotes verdes en los árboles.
Las flores azules del Jacarandá.
La esperanza de volver a andar las huellas
que deje perdidas en la arena.
Mi nombre es Verónica y renací en Octubre.


jueves, 23 de junio de 2011


Hefestión Amintoros (nacido ca. 356 a. C. - muerto en otoño de 324 a. C.)
(Bueno, puedo elegir al Hefestión que se me cante y este me gusta, je)

miércoles, 8 de junio de 2011

Orbicular



Cada piedra bajo mis botas, es una sensación conocida.
Camino en la fría y neblinosa noche con la mirada fija al frente.
El sombrero, se inclina nervioso en mi cabeza, azotado por ráfagas de viento helado.
La majestuosa arcada de piedra, parece moverse contra la corriente de nubes pesadas y grises, que ocultan el cielo nocturno.
Sé el contenido de los bolsillos de mi abrigo.
En el derecho, aprieto con fuerza el frío metálico de una pistola.
En el izquierdo, aferro una gastada libreta con tapas de cuero.
En mi pecho, el sentimiento más odiado, oculto. El miedo.
Cruzo la arcada. El opresivo círculo de piedra gris. Un muro sin fin. Una sola entrada rodea la imponente abadía.
La puerta de madera negra, intimidante.
Suelto por un momento la libreta con los secretos no revelados. Mi mano desnuda aferra el pesado llamador de hierro. Golpeo dos veces.
La puerta se abre sin hacer ruido, lentamente.
Entro al enorme salón.
En mi nariz, el olor pútrido, desconocidas hojas acumuladas por décadas en el piso.
Pesadas arañas, llenas de sucios caireles, iluminan el espacio.
Me detengo en el centro de la enorme estancia.
Tinieblas espesas, malolientes, vivas me rodean.
Siento la vida en ellas. Algo maligno flota en todas partes.
Una enorme escalera de mármol blanco, nítida, única, solitaria.
En el quinto escalón, un ser de edad indefinida.
Parece un niño, pero es un viejo, mas por maldad que por edad. Viste un traje demasiado grande para su consumido cuerpo.
Sonríe. De su boca llena de dientes puntiagudos, una voz potente me saluda.
-Buenas Noches.
El eco del saludo rebota contra paredes que no puedo ver.
Con la seguridad más absoluta que puedo darle a mi voz, hago la pregunta.
-¿Donde está Anubis?
Con una exagerada reverencia, señala la parte alta de la escalera.
-Por aquí…
Sube los escalones a una velocidad impropia.
La luz lo sigue y me aterroriza quedar envuelta en las tinieblas.
Tengo que correr tras el.
El pecho me revienta por el esfuerzo, quiero hablar, pedirle que me espere.
El no mira hacia atrás.
Las tinieblas muerden mis talones.
Corro por la escalera, más y más desesperada.
Sus pies, precisos y lejanos me dejan abandonada.
Me doblo sobre mi misma, jadeando, tosiendo, sintiendo como la oscuridad comienza a devorarme.
La escalera es interminable.
Me enderezo con los ojos muy abiertos.
Un soplo de aire nocturno despeja mi mente.
Camino.
Cada piedra bajo mis botas, es una sensación conocida.



domingo, 5 de junio de 2011

La escritura del Dios - Jorge Luis Borges

Un resplandor me despertó.


Un hombre se confunde, gradualmente, con la forma de su destino; el hombre es a la larga , sus circunstancias. Más que un descifrador o un vengador, más que un sacerdote del dios, yo era un encarcelado. Del incansable laberinto de sueños yo regresé como a mi casa, a la dura prisión. Entonces ocurrió lo que no puedo olvidar, ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo. El éxtasis no repite sus símbolos; hay quien ha visto Dios en un resplandor, hay quien lo ha percibido en una espada, o en los círculos de una rosa.

¡Oh dicha de entender más que de entender , mayor que la de imaginar o sentir!

Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales desdichas o desventuras, aunque ese hombre sea el. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él, ahora es nadie. Por eso no pronunció la fórmula, por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad.