viernes, 22 de marzo de 2013

Solo puntos cardinales


Fiel a mi estilo, fui a caminar por ahí. Llegué hasta plaza Francia. Muchos años atrás y por esas circunstancias de la vida, este paseo formaba parte de mi cotidianeidad. Ahora está lo suficientemente lejos como para convertirlo en un re descubrimiento de cambios mínimos pero notables. El sol pagaba fuerte espantando los primeros aires fríos de una ciudad preparándose para el invierno. La gente caminaba cubierta por su ropa deportiva de marca y calzada con carísimas zapatillas de colores brillantes. Muchos se desplazaban, cuidadosamente, en bicicletas de última generación, con casquitos graciosos en la cabeza o en patines on line brillantes y veloces. 
Los mayores, tomaban distintos brebajes sentados en sillones cómodos distribuidos en la vereda de paquetísimos bares que ostentan orgullosos una historia de visitas ilustres. 
El murmullo de las risas, el griterío de niños manchados con caramelo, las cabezas llenas de rastas de los new hippies en los puestos de una feria con objetos variados y costosos, la chica sonriente que ofrece torta casera con algarroba y semillas activadas, el pibe pintado de blanco que a cambio de unas monedas se mueve rígido en su papel de estatua viviente, la iglesia antigua y solemne donde parece habitar un dios que perdona pecados, el cementerio imponente que resguarda historias del ser nacional y otras no tan patriotas pero si misteriosas, el aire cargado de distintos perfumes franceses y sonrisas. Muchas sonrisas, blancas y cuidadas.
Cansada de tanto caminar, me senté en un banco rodeado de cuidadas florcitas que iban de acá para allá bailando en la brisa. 
A mi lado, una joven pareja se pasaba un mate enorme recubierto en cuero crudo repujado. La chica miraba absorta, con los ojos entrecerrados, algún punto indefinido. El chico, detrás de sus Ray Ban ocultaba su intención visual. Las bicicletas de carbono descansaban al costado del banco, una plateada y otra azul eléctrico. La chica se quitó la campera de su equipo deportivo violeta, apoyo los brazos en el banco y llevo la cabeza hacia atrás para que el sol acaricie su rostro. Suspiro hondo y sonrió.
-Que lastima que la gente no se dé cuenta que para ser feliz no se necesita dinero –dijo.
El muchacho no contestó. Terminó de tomar el mate y lo apoyó a su derecha. Se agachó y con paciencia infinita ajustó los cordones de sus Nike.
También suspiré y decidí volver a casa. Tomé el colectivo con rumbo al sur. Porque como dijo un genio de la palabra “Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia”.